jueves, 6 de junio de 2013

La difícil relación entre la honestidad al escribir y el vivir de ello con dignidad

Como leí una vez en el instructivo libro de Stephen King "On writing", la clave para el éxito literario se hallaba, sobre todo y según el bueno de Steph, en la firme y sincera honestidad del escritor para con sus lectores. Yo creo firmemente en que todos los que escriben lo hacen con total honestidad y con el corazón, dando lo mejor de sí mismos en cada nuevo renglón. Entonces, ¿por qué decimos que alguien puede no ser honesto al escribir (yo diría más bien sincero, porque la honestidad es casi un delito mencionarla en este mundo lleno de abogados dispuestos a denunciar por cualquier nimio motivo) si se presupone que todo el mundo lo hace abriendo su corazón y dando lo mejor de sí mismo? Convendría utilizar aquí el célebre silogismo modo Dimatis de la filosofía griega: "Algunos hombres son honestos; los escritores son hombres, algunos escritores son honestos". ¿Por qué afirmamos que algunos hombres son honestos y no todos? Sencillamente por la existencia de algo tan antiguo y tan inherente al ser humano como la codicia, y su concreción más visible en el mundo real: el dinero. Y algo tan inherente también al ser humano como la necesidad de comer todos los días. Pero, una vez solventada nuestra perentoria necesidad de sustento, entran en juego otras cosas accesorias e innecesarias que ha tramado la sociedad consumista a nuestro alrededor: el lujo. El Lujo en mayúsculas y en todas sus variantes. Y lo que era algo colateral y no necesario se acaba convirtiendo en el leit-motiv de nuestra existencia literaria. Y el sombrío Caronte escritor, en su lujosa góndola funeraria de parrilla cromada cual Partenon coronado por el espíritu del frenesí derrochador, nos acaba alejando de las aguas puras y cristalinas que vieron nacer nuestros anhelos literarios; allí, lejos, en la distancia, en el ara de sacrificios donde un día todos juramos fidelidad eterna al Byron moribundo entre las ruinas griegas. Y la traición viene de la mano de la inocente pretensión de vivir de la literatura, y queda en manos de aquellos afortunados tocados por la varita mágica de la conexión con el gran público y las ventas millonarias. Y por el hecho de que, una vez hallado el camino del dinero fácil, tan sólo es cuestión de repetir la fórmula una y otra vez, dejando el tiempo suficiente, por desgracia cada vez más corto, para inundar los estantes de las librerías con el mismo perro con otro bozal que es la aparición de un nuevo súper-ventas. No quiero estigmatizar aquí a toda esta clase de libros, que a todos nos han hecho pasar muy agradables momentos de dispersión en ambientes vacacionales o como alternativa a la tensión de la vida diaria y semanal. Tan sólo quiero apuntar la necesaria observancia, para todos aquellos que nos dedicamos a estas lides de una u otra forma, de la necesidad de obligarnos a observar una suerte de año sabático en el que, a pesar de hallarnos en el cenit de nuestra carrera de letras y a despecho de renunciar al falso espejismo del brillo áureo, consagrarnos a la escritura de una sencilla obra, verdadera y honesta, que nos acerque de nuevo a la cristalina orilla de la paz interior, por mucho que las sirenas del dios de la Muerte literaria intenten convencernos de las bondades que nos esperan en el laberinto del lujo que puede satisfacer nuestras bajas pasiones. Pero ya está todo escrito, y no sé si mi voz será oída en el desierto, y ni si lo será tan siquiera por mis sentidos, si alguna vez son inundados por los falaces cantos de la dorada sirena. Nihil novum sub sole.

No hay comentarios:

Publicar un comentario